
«FIORENTINA Y LA MARIPOSA AZUL» (CUENTO)
- Posted by nahual
- On 27 marzo, 2016
Cuentan que hace muchos años, en un pequeño reino llamado Pureza, vivía una princesa.
Al morir su padre, y dada la minoría de edad de Fiorentina, dos reyes de regiones vecinas, que habían prometido lealtad al difunto monarca, asumieron la guarda y custodia de la pequeña.
Cada uno de ellos, desde su aventajada posición de Monarca y según la sabiduría que un título así ostenta, se aseguró de proporcionar a la princesa todo aquello que, sin lugar a dudas, la haría vivir una vida feliz y exenta de peligros.
Los años fueron pasando mientras Fiorentina crecía a la sombra de aquellos dos grandes reyes que se ocupaban de ella organizando su jornada. Incluso llegaba a ocurrir, más a menudo de lo que a la princesa le gustaría, que uno de sus protectores fijaba una ley que contradecía otra dictada por su igual … Esas veces Fiorentina se esforzaba por complacer a ambos y se había aprendido las leyes de ambos con tal maestría que casi siempre lo conseguía.
Cada vez más a menudo, solían encontrar a solas a la princesa en una de las torres más altas del castillo. Aquella torre, construida en un hermoso marfil blanco, podía verse desde muy lejos y custodiaba la única gran cristalera del castillo. A Fiorentina le encantaba pasar horas allí dentro y contemplar como la luz, tamizada por los diversos colores de la vidriera, iba cambiando según avanzaba el día hasta el atardecer.
Una de esas tardes, mientras su mirada paseaba por esos bellos cristales cromados, llamó su atención una veleta curiosa y linda que, con forma de mujer, sostenía un arco y una flecha apuntando en alguna dirección, mientras giraba suavemente.
Fiorentina se acercó y la hizo girar con su mano… La veleta, con una sonrisa divertida miró a la princesa y le dijo:
– Soy un Giraldillo, princesa. Es el viento el que me hace girar… – dijo el Giraldillo mientras sonreía y mirando fijamente a los ojos de la princesa añadió: – Déjate llevar por el viento, Fiorentina. Sigue su rumbo. El viento sopla hacia fuera para ti. Fuera de todo esto.
La princesa abrió por primera vez aquella gran ventana y dejó que el viento entrara en su torre de marfil. Con el viento entró también la luz cálida que impregna al sol del atardecer justo antes de zambullirse en el lago para pasar la noche. Entonces cerró los ojos y sintió como la envolvía una sensación extraña que la hacía sonreír y llorar a la vez.
El Giraldillo tenía razón… el viento la envolvía y suavemente la empujaba hacia fuera.
Pero la princesa era tan pesada que el viento no logró levantarla del suelo y llevarla con él.
– ¿Vienes? Hay un lugar para ti fuera de esta torr … y que también es tu reino. Puedo llevarte allí donde los colores no solo viven en el cristal …
La princesa abrió los ojos y recordó qué era lo que la hacía tan pesada. Hacía tanto tiempo que las llevaba, que casi las había olvidado…
Siendo todavía muy niña, como los reyes pasaban gran parte del día atendiendo las responsabilidades de sus respectivos reinos, idearon una fórmula para evitar que alguien pudiera raptar a la princesa o que ésta saliera del castillo y se perdiera en el bosque. Mandaron construir entonces dos largas cadenas doradas que, en apariencia delicada, fueran soldadas a las dos grandes columnas de la nave central del castillo. Éstas eran tan largas que eso las hacía muy pesadas.
Fiorentina había sido feliz en su castillo, en su torre de marfil, con los colores de aquella cristalera … Esas dos largas cadenas doradas nunca le habían parecido pesadas pues nunca antes había conocido el viento y nunca antes había deseado volar. Pero ahora quería seguir al viento y éstas lo hacían imposible.
Los ojos de la princesa se llenaron de lágrimas y le pareció que algo le estrujaba el corazón dentro del pecho. Lloraba tan desconsolada que no se dio cuenta de que el viento había traído una hermosa mariposa azul que resplandecía y revoloteaba ligera a su alrededor.
La mariposa se posó sobre el hombro de la princesa y con una voz dulce le dijo:
– Yo puedo ayudarte, Fiorentina. Yo puedo volar, puedo dejarme llevar por el viento, resplandezco con la luz del sol y también con la de la luna y además puedo posarme siempre que quiera. Tengo el poder de volar y también de permanecer. Soy una mariposa mágica y, mientras esté a tu lado, mis poderes serán tuyos también.
Fiorentina miró a aquella mariposa luminosa con los ojos aun llenos de lágrimas y le sonrió llena de agradecimiento mientras con tristeza le dijo:
– No sería suficiente, mi mágica mariposa azul… Ninguno de tus poderes podrá librarme de estas dos pesadas cadenas doradas.
– Es cierto, – dijo la mariposa azul – solo tú puedes pedirle a los reyes que destruyan esas dos cadenas que un día construyeron para protegerte. Yo estaré a tu lado en todo momento. He llegado para quedarme.
La princesa, reconfortada por las últimas palabras de su mariposa azul, envió una paloma mensajera a cada uno de los reyes que, al día siguiente, fieles siempre a su promesa de protegerla, acudieron a su encuentro.
– Ya no soy una niña. – Les dijo Fiorentina – Habéis cumplido con creces la promesa que hicisteis a mi padre y habéis hecho posible que crezca libre de todo peligro y adversidad. Me habéis cuidado cada día y habéis compartido conmigo todo cuanto para vosotros era sinónimo de felicidad y de dicha. Por esto os estaré eternamente agradecida. Ahora os libero de esta responsabilidad pues por fin soy adulta para ocuparme de mi torre, de este castillo, y también del reino que hay más allá… en la dirección en la que sopla el viento. Para ello, necesito que me liberéis de estas dos hermosas cadenas doradas pues me impiden volar.
Los reyes la miraron con tristeza. ¿Qué harían ahora sin proteger a su princesa? ¿Cuál sería ahora la loable misión a la que encomendar sus vidas? ¿Cómo iban a ser ahora sus vidas dedicándose simplemente a gobernar sus reinos? ¿Volverían a ver a Fiorentina alguna vez?
Fue entonces cuando apareció aquella resplandeciente mariposa azul y se posó en el hombro de la princesa. Ambos habían oído hablar de aquella clase de mariposa mágica que, decían los sabios del lugar, nacía muy lejos de aquellas tierras y emprendía entonces un largo viaje hasta encontrar a la princesa que nació justo ese mismo día en la otra parte del mundo. Era por todos conocido que, una vez encontraba a su princesa, la acompañaba siempre dotándola de su misma magia.
No había nada que hacer. Efectivamente, su misión había concluido. Fiorentina había crecido, su mariposa la había encontrado y, con ella, podría seguir al viento y ocuparse de su reino. Ambos la miraron llenos de admiración y también de tristeza. Siempre es difícil soltar la mano de quien se ama aun cuando su felicidad dependa de esta acción… Los dos comprendieron que era el momento de soltar aquellas cadenas.
Justo en ese instante, la puerta del castillo se abrió de par en par; la luz y el viento inundaron el castillo y las princesa se transformó también un poco en viento, un poco en luz y así las cadenas cayeron al suelo pues ya no podían sujetarla. La princesa se volvió agradecida hacia aquellos dos grandes reyes que la miraban emocionados y felices por su felicidad para después dirigirse hacia el exterior del castillo acompañada por su mariposa azul.
Podía sentir el viento, la calidez de la luz del sol, contemplar el azul del cielo y los muchos colores de las flores del jardín… Al mirar al horizonte contempló su reino y se sintió parte de él, de sus gentes, de sus pueblos y de toda la vida que transcurría en él.
Y con el poder de volar siguiendo al viento, el poder de empaparse de la luz del sol, el poder de posarse y detenerse, Fiorentina salió al encuentro de su reino, de su vida, de su responsabilidad y de su libertad.
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Por:
Olga Rodríguez Ortega